SALA DE CONSEJO
Beleza do Brasil

ARNULFO VALDIVIA MACHUCA
Miquela Sousa es una hermosa modelo de origen brasileño, nacida en Downey, California. A sus 19 años de edad es un fenómeno de las redes sociales. Ella es todo lo que un buen centennial debe ser: no conoció un mundo sin internet, por lo que el 90% de su vida es digital. Es experta en marketing social, no porque lo haya estudiado, sino porque las reglas del éxito digital le son innatas. Es absolutamente auténtica y así se muestra: comparte sus intereses, presume su música, defiende sus causas, vive su vida, es y deja ser.
Las grandes marcas no han sido ajenas a su popularidad y la han convertido en eso que hoy se llama “influencer”; una influenciadora de decisiones de compra. Miquela ya anunció entre sus más de 3 millones de seguidores en Instagram marcas como Calvin Klein, Givenchy, Samsung, Spotify y Prada. De hecho, en 2018 fue nombrada por la revista Time una de las 25 personas más influyentes del internet en el mundo. Miquela sin embargo no es Miquela, sino Trevor McFedries. Este no es un caso de transexualidad, sino de trans digitalidad. Trevor es un humano y Miquela es un ciberhumano; un personaje digital creado por Trevor, que es tan real que despierta pasiones incluso sexuales, cuando se muestra en bikini. @lilmiquela es su cuenta de Instagram y basta ver los comentarios subidos de tono a sus fotos de playa, para percatarnos que hemos llegado a la era de los influenciadores virtuales.
Pero más allá de la sorpresa que pueda generar que un ser digital reemplace en el imaginario colectivo a seres humanos, la pregunta de negocios es ¿por qué es atractivo para las marcas comerciales contratar a una influenciadora digital por encima de un influenciador humano? Y esa debe ser la pregunta porque el objetivo principal de casi todos los influenciadores es recibir patrocinios. Sin patrocinios no hay influenciador y sin marcas no hay patrocinios.
La respuesta radica fundamentalmente en la estupidez humana. El ciclo de los influenciadores es más o menos así: hacen o dicen alguna estupidez o varias en redes sociales, atraen seguidores, se vuelven famosos, consiguen patrocinios y siguen haciendo o diciendo estupideces hasta que, por su natural falta de preparación para la fama, cometen un error garrafal que daña a la marca, los daña a ellos, ofende a sus seguidores o incluso los lleva a la cárcel. Los ejemplos sobran. La ventaja de los influenciadores virtuales es que hacen lo mismo, pero sin los errores; tienen además intereses y causas segmentadas, y lay la capacidad de adaptarse de inmediato a las tendencias, por lo que son una mejor inversión que los humanos. “Dejen de hacer a gente estúpida famosa”, dice una popular campaña anti-influenciadores en las redes. Hay esperanza, mi gente: con los influenciadores virtuales en una de esas lo logramos. Es el consejo antimaterial de tu Sala de Consejo semanal. ADVERTISING Arnulfo Valdivia Machuca @arnulfovaldivia https://www.milenio.com/opinion/arnulfo-valdivia-machuca/sala-de-consejo/beleza-do-brasil/
0 Comentarios